Hace dos meses comencé con un nuevo emprendimiento: armo un email, intentando con mucho esfuerzo que el contenido no sea aburrido, y lo mando a personas que me quieren leer. Algo que suena fácil, que se escribe en dos renglones y que actualmente hacen las empresas (con personal que está más o menos calificado), a mi me viene costando horrores. El resultado final amerita las piedras en el camino, igual.
Me pasa de sentarme el domingo a teclear lo que quiero comunicar, escribo, borro y rescribo, una y otra vez. Está también esa voz cocorita en mi cabeza que critica todo lo que hago y me dice que seguramente hay mil formas de expresar esas oraciones mejor de lo que lo estoy haciendo. Luego aparece la otra voz, la que calma, que dice que todo va a estar bien. Las dos veces anteriores el proceso ha sido ese. ¿El resultado? Unas respuestas tan lindas de las personas que reciben el email.
Siempre me sentí diferente. Un sapo de otro pozo, una chocotorta en la mesa de salados, un vino cuando todos tienen que manejar. De chica era una niña muy solitaria, tal vez por eso siempre me refugié en la escritura. Y recuerdo de adolescente pedirle a mi madre para ir con una psicóloga porque yo quería encajar. Claro, ahora sé, es lo que sentimos todos los adolescentes. Justamente a ese punto quiero llegar: a que yo no era el bichito raro que siempre me sentí. O, si lo era, entonces estaba rodeada de seres igual de solos y perdidos que yo.
Conectar. Encontrar una tribu. Pertenecer. Todo forma parte del ser humano. Es un desafío, sin lugar a dudas, en este tiempo de selfies, de instantáneas y de convertir ficciones en realidad. Mi necesidad de no sentirme sola –ni rara– ha sido un motor muy grande en mi vida. Quizás comencé este proyecto con la idea de poder mostrar lo que escribo y en el camino encontré algo mucho mejor: personas que se sienten igual de perdidas que yo.
Solo he mandado dos emails. Como ya conté, me ha costado expresarme. Sin embargo, la devolución es tan valiosa que hace que el recorrido haya valido la pena: el diálogo que se genera, el intercambio de ideas, el llevar esos temas un poquito más allá... el darme cuenta de que no estoy sola, el poder decirle a otros "vos tampoco estás solo".
Cuando dos personas que están perdidas se encuentran, se crean nuevos caminos. Me aferro a ese pensamiento. La frase de Christopher McCandless dice: "la felicidad solo es real cuando se comparte" y acá estoy, en un camino de compartir. Y sí, se siente bastante como la felicidad.
¿Te gustaría sumarte? Mandame un email a catalina.berton@gmail.com y lo conversamos.
Me encanta leer tus cosas Cata. Y las fotos son muy buenas, amé esa ruta rodeada de eucaliptus