Este texto pertenece a la newsletter de noviembre.
Una de las cosas que más me costó cuando volví a Uruguay fue afrontar lo cotidiano. Cosas pequeñas, como que por la ventana siempre viera el mismo paisaje (o sea, la ventana de mis vecinos), o caminar cada día las mismas calles. Cuando digo “más me costó” no me refiero a que miraba las fotos de mis años anteriores con nostalgia, sino que alguna parte de mi mente no podía asimilar que mi vida, a partir de ese momento (cuando migraciones en el puerto de Colonia estampó mi entrada al país en el pasaporte) iba a ser una repetición constante del mismo día. Mi deseo de quedarme en Uruguay (de construir algo acá) era inversamente proporcional a la cantidad de ganas de tener más mundo (conocer gente nueva, vivir nuevas aventuras). Y en medio de esas indecisiones de me quedo o me voy, una amiga me dijo: –Tenés que encontrar el mundo en Montevideo. Una frase tan simple que acompañaba un tono de voz un poco cansado: cuantas veces había escuchado ella que, según mis sentimientos, Uruguay tenía poco para ofrecer a mi vida (suena muy pretencioso, lo sé). Tenía toda la razón. Si me quería quedar en Uruguay, tenía que bancarme las consecuencias y lo único que se me ocurría probar era el encontrar ese mundo entre las fronteras de mi paisito. Con esa frase y con mi amigo Gustavo (que también escribe y saca fotos), llegué a Diwali: la fiesta de las luces. No, no me puedo ir a India. Pero India se vino para acá. ¡Es más! Estuve trabajando en el edificio multicultural que ofrece TCS y pude hacerme amiga de una india del sur, que se ríe de las tradiciones y no piensa volver a casa hasta que no recorra todo América Latina. ¿Qué es Diwali? Es el festejo del retorno de un dios. Un país tan grande, tribal y de costumbres arraigadas, donde cada región tiene su propio idioma, costumbres y regímenes, Diwali es un evento que se festeja a lo largo y ancho de India.
Hablemos de las cosas que perduran Buena parte de una hora estuve parada, como maniquí, mientras dos mujeres de la India que viven en Montevideo daban vueltas a mi alrededor con una tela de 4 metros. Esa tela, en tonos de rojo y con bordados dorados, se colocaba por encima de una blusa y una pollera (que tenía que ajustarse con fuerza por debajo de mi panza). Ellas plegaban, giraban y ajustaban las diferentes partes de esa tela con el hilo que sostenía la pollera del forro; luego se alejaban para ver qué tal se veía. –Mi madre lo hace en diez minutos –me dijo Tami (que es el sobrenombre que le dimos). Sin embargo, las nuevas generaciones solo usan los saris para las ocasiones especiales. Diwali es una ocasión especial y fui invitada a compartir esa tradición que perdura. Este país fue construido con la fuerza de diferentes costumbres que hoy es testigo de otra fuerza que perdura: los organizadores del evento explican qué es lo que están festejando, invitan a que todas las personas se acerquen mientras rezan su mantra, invitan con dulces (como indica la tradición). También agradecen a bomberos, porque después tiran más fuegos artificiales que nosotros en año nuevo. Yo, una infiltrada con la piel demasiado blanca y con el pelo demasiado rubio, recibo palabras de aliento, muchas sonrisas por parte de los portadores de la tradición. Ven mi cámara de fotos y están felices de posar, de explicar los por qué de sus festejos. Cada tanto vuelvo a mis lamentos: Uruguay es tan pequeño, bla-bla-bla; cada tanto me animo a descubrir todo el universo de ese Uruguay que sigue en construcción. Después de todo, ¿qué es lo que perdura cuando el mundo es un movimiento continuo?
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