En este correo podrás leer un relato sobre la calma, la magia y la victoria sobre los demonios.
El otro día estaba yendo a clase en Uber, porque llegaba tarde (y como llego tarde a todos lados, que vaya en Uber les da la pista de que iba muy tarde). El señor conductor me preguntó si me iba a tomar mate a la rambla, le dije: ¡no, tengo clase! Y él, ni tonto ni perezoso, asumió que a mí me gustaba esa clase.
Y sí, para levantarme un sábado de mañana, me tiene que gustar mucho. Es más, por tomar mate en la rambla seguro que no me levanto un sábado de mañana.
Entonces me preguntó clase de qué era. Le respondí: “es un taller de escritura”. En este punto la mayoría de la gente se marea y lo confunde con uno de lectura (me muero cuando tengo que leer en voz alta, un taller de lectura no sería el lugar para mí. Mucho menos me levantaría un sábado de mañana para ir a leer en voz alta).
“Qué cosa escribir”, me dijo él. Para ese momento íbamos bajando por la calle Paraguay hacia la rambla. “Hace que uno se conozca a sí mismo”.
“A uno y a todos tus demonios”, le dije.
De ahí el nombre del correo del mes.
Hace poco empecé un curso de revelado manual de fotografía. Fue como un retorno a un año donde las dudas eran muchas y las respuestas pocas, que luego proyecté en mi novela Sobredosis. Esta vez, como mujer adulta que soy, las cosas no han cambiado tanto: claro que las dudas siguen siendo muchas, y me las rebusco con las respuestas. Entonces, la primera vez que volví a entrar al laboratorio de copiado (por primera vez desde el 2005), cuando elegí el negativo, abrí el pase de luz y luego llevé el papel al químico, lo que sentí fue calma.
Es una experiencia que recomiendo, especialmente si buscan bajar un par de cambios y la meditación les da toz (como a mí). Una vez que el papel toca el primer químico la foto se descubre. Sin prisas, nadie la apura. El mundo moderno queda afuera, igual que el celular. Allí, bajo la tenue luz amarilla, nosotros nos juntamos alrededor de los tarros con químicos porque queremos ver la magia.
Para mí, uno hace fotografía porque cree un poco en la magia.
(yo creo mucho, por cierto).
Esa calma latente, alrededor de los químicos, ese lento aparecer de la imagen… ese olvidar por un momento todos los problemas del día. Allá afuera quedan todos los demonios. Junto al celular, junto a las 8 horas, haciéndole compañía a la compañera chusma que mira por arriba del hombro o al ingrato que aún no responde los mensajes.
Adentro todo es calma, todo se mueve despacio.
De forma muy contraria, cuando escribo, son los demonios los que se sientan conmigo. Los que me miran de frente y también los que susurran a mis espaldas. Son esas fieras que bailan al ritmo del tamborileo de mis dedos en el teclado. Y yo les gano. Les gano cada vez ignoro sus críticas. Les gano cuando continúo más allá de las pocas ganas. Les gano cuando logro conectar las ideas.
Todos mis demonios me miran con una ceja levantada, pero la que ríe último soy yo. Ahora, una vez más levanto la copa de la victoria porque los he vencido y un nuevo email llega a sus casillas.
(con respecto a los demonios de la edición, esos me ganan siempre).
Este texto fue parte de la newsletter que se entregó en el mes de octubre. Si te gustaría recibirla en tu correo, se manda los primeros lunes de cada mes y solo tienes que avisar que la quieres a catalina.berton@gmail.com
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